Por Mauro Federico para https://puenteaereodigital.com/
Si nos atenemos a la construcción mediática de la realidad, hasta hace una semana, el gobierno del Frente de Todos fomentaba los ataques a la propiedad privada alentando las tomas, no podía frenar al dólar —que había rozado los 200 pesos— y tenía descontrolada la situación social y la pandemia, con pobreza y muertes en alza y una perspectiva difusa sobre el proceso de inmunización. Siete días después el escenario es diferente. Las dos usurpaciones ilegales más mediatizadas fueron resueltas por la justicia; el dólar ilegal bajó 25 pesos; el IFE para diez millones de personas se prolongó hasta enero; se aumentó el importe de la AUH y se incorporó un millón de chicos al beneficio; como si todo esto fuera poco, se aprobó una ley que garantiza el acceso universal a la vacuna contra el Covid. Sin embargo, nada de esto pareciera tener relevancia para ciertos grupos de medios que siguen alimentando la hipótesis de la inacción oficial, mientras azuzan a la oposición para que se organice y reaccione. Por suerte para el Gobierno, del otro lado sigue estando Mauricio Macri, que cada vez que se pronuncia, demuestra sus curiosas coincidencias con la realidad virtual instalada por Magnetto y compañía.
La producción de la noticia es un proceso que se inicia con un acontecimiento. Pero no todo acontecimiento se transforma en noticia, ni toda noticia representa un acontecimiento para la sociedad. “Cada medio fabrica una actualidad periodística que le es propia, característica, autónoma e irrepetible, porque supone un proceso de producción en función de decisiones, acciones, recursos y señas de identidad propias de cada organización informativa”, explica la doctora Bernardette Califano en su trabajo “Los medios de comunicación, las noticias y su influencia sobre el sistema político”.
Muchos años antes, Mark Fishman, un reconocido especialista, pionero en el campo de la sociología de la producción de la noticia, había publicado su libro “Manufacturing the news”, donde demuestra el modo en que los medios de comunicación no sólo influyen en nuestra percepción del mundo, sino que también pueden “construir realidades”.
En las sociedades modernas, la deliberación pública no tiene lugar “cara a cara”, sino que se halla intermediada por los medios masivos, los que reúnen, explican y difunden información e ideas acerca de las políticas públicas en formas accesibles para grandes audiencias. “Los ciudadanos precisan de los medios para seguir los asuntos públicos, recopilar información sobre temas y opiniones, informarse, formarse opinión y participar del proceso político”, sostiene Califano.
La agenda de los medios influye en el establecimiento de la agenda del público por medio de la jerarquización de los asuntos públicos en la cobertura mediática, según lo han demostrado diversas investigaciones enmarcadas en la teoría de la agenda-setting.
Las sociedades democráticas dependen de este conocimiento, que a su vez depende de la comunicación. En la teoría democrática, la opinión pública racional obedece al principio del “conocimiento equivalente” entre los miembros de la sociedad, así que “quienes controlen a los medios de comunicación tendrán una ventaja importante en presentar dicho conocimiento a la población consumidora de noticias”, concluye la experta.
Desde que tengo uso de razón en términos profesionales, Clarín fue el gran delimitador de la agenda periodística. Allá por los ochenta, lo que publicaba el matutino de la familia Noble era “palabra autorizada” y como tal, formaba parte del puntapié inicial para el resto de los medios. “Lo dice Clarín”, era la frase más repetida por entonces. Cualquier frase impresa en aquel diario, tenía más repercusión que la propia palabra de cualquiera protagonista.
Con el correr de las décadas, las formas de comunicación se diversificaron, se consolidaron los multimedios y tímidamente comenzaron a surgir las redes sociales. Pero nada ni nadie pudo superar el enorme poder del Grupo Clarín, cuyos tentáculos fueron extendiéndose hacia los diferentes planos de la comunicación.
Salvo el intento inconcluso de Cristina Fernández de Kirchner por poner límites a esos niveles de concentración mediante la demonizada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual —derogada por el gobierno de Mauricio Macri— nadie logró jamás encuadrar el enorme poder de fuego del imperio Noble y su maquiavélico primer ministro Héctor Magnetto.
La llegada del macrismo le dio otro oxígeno al monstruo. Recuperaron el control de la agenda y varios negocios que habían perdido. Intentaron sostener hasta con pulmotor al presidente que contribuyeron a colocar en la Rosada, pero la incapacidad del gobierno de Cambiemos fue más fuerte que las operaciones armadas para evitar que el kirchnerismo retornara al poder.
¿Está todo mal?
La administración de Alberto Fernández ha heredado muchos problemas de su antecesor. Y, para colmo de males, tuvo que enfrentar las consecuencias de una pandemia que continúa atormentando al mundo entero. Pero a esta altura del partido también es necesario señalar que ha cometido errores solo achacables al mal funcionamiento del equipo propio y a los “funcionarios que no funcionan”, tal como describió la vicepresidenta en una carta publicada la semana pasada, que provocó reacciones diversas en propios y ajenos.
Una de las cosas que mejor supo hacer el actual presidente en los tiempos que ocupaba la jefatura de Gabinete de los gobiernos de la “década ganada”, fue negociar con su “amigo” Magnetto. De hecho muchas de las peleas que Alberto y Cristina mantuvieron en el pasado, se referían a la fluida relación que el actual presidente mantenía con el CEO clarinista. Eso a la señora nunca le gustó porque entendía —y sigue entendiendo— que el Grupo utiliza mecanismos extorsivos para obtener sus objetivos. Y ante la extorsión, no hay margen para negociar nada.
La llegada del Alberto a la presidencia contó inicialmente con el guiño de “la Corpo”. Después de todo, es regla de oro que a un gobierno nuevo no se le ponen palos en la rueda. Pero además, la expectativa de Magnetto —alentada por algún guiño cómplice de su viejo amigo— era que el mandatario ejerciera su poder sin permitir que su archienemiga tuviera ningún tipo de incidencia en la toma de decisiones trascendentales. Pero eso no ocurrió.
La semana pasada se inició con un homenaje por los diez años de la muerte de Néstor Kirchner, que incluyó un análisis contextual de la propia Cristina llamando a la unidad de todo el arco político para enfrentar la crisis. Más allá de las críticas a los funcionarios de su propio gobierno, el texto suscripto por la vicepresidenta muestra, una vez más, su capacidad para hacer una lectura inteligente y feroz del momento que atraviesa la Argentina.
El rol de la prensa es contar lo que pasa, como primera versión de la historia, es decir al calor de los acontecimientos. Es muy difícil demandar una objetividad que ninguna mirada, por el solo hecho de ser única e irrepetible, puede proporcionar. Nada es objetivo. Pero si resulta muy obvio apreciar el modo en el que el grupo mediático conducido por Magnetto construye una versión de la realidad que se termina transformando incluso en más poderosa que la percibida por el conjunto de la ciudadanía.
Los mismos problemas que se repiten y magnifican mediáticamente como “el resultado de la inacción gubernamental” o la “mala praxis de los responsables”, cuando se resuelven o mitigan, dejan de ser noticia y terminan escondiéndose, como si no hubiera existido un accionar oficial para corregir el problema denunciado enfáticamente en un inicio.
Repasemos algunos ejemplos
- El dólar ilegal —al que algunos bautizaron como blue para maquillar su imagen de trucho— llegó a rozar los 200 pesos a principios de la semana. Los titulares catástrofe ponían en jaque al ministro Martín Guzmán, al que ya le habían conseguido un reemplazante y vaticinaban una devaluación inminente que iba a provocar un deterioro del poder adquisitivo imposible de soportar. Cuatro días después, NO fue noticia que la cotización de la divisa estadounidense en el mercado marginal bajó 25 pesos y los rumores de recambio ministerial habían desaparecido.
- La toma de Guernica y el conflicto familiar de los Etchevehere, politizado por la equívoca presencia de algunos funcionarios del gobierno y de referentes opositores apoyando a uno y otro bando del diferendo, fueron catalogadas por los operadores clarinistas como “dos ejemplos del avance gubernamental sobre el derecho a la propiedad privada”. Decenas de artículos en el diario y las páginas web, horas de cobertura en los medios radiales y televisivos, se cansaron de agitar el fantasma de un gobierno que —poco más, poco menos— iba a disponer expropiaciones en masa. Tres días después, la resolución por la correspondiente vía judicial de ambos conflictos, dejó mudos a los mismos que habían pronosticado la resurrección de Hugo Chávez y Pancho Villa.
- La acuciante situación de millones de familias que no tienen para la mínima subsistencia, siempre es factor noticiable. Encuestas, relevamientos de consultoras o universidades, los mismos datos oficiales cruzados con la clásica “historia de vida” mediática, son parte del menú que pueden hallarse en cualquier cobertura mediática. Sin embargo, la extensión del IFE para diez millones de personas hasta fin de año y el aumento del importe de la Asignación Universal por el Hijo, con incorporación de más de un millón de pibes al beneficio, no parecen ser noticias de interés.
El periodismo debe cumplir un rol social indiscutible y transformarse en una campana de resonancia de los reclamos populares forma parte de esa tarea. Lo que resulta muy poco ecuánime es que procedan de un modo tan disímil según la simpatía que les genere el gobernante de turno. Y que esa simpatía sea directamente proporcional al nivel de beneficios obtenidos en cada gestión.
En una sociedad donde exista una verdadera democratización de la información, garantizar negocios a grupos mediáticos no debiera transformarse en un pasaporte para la impunidad. Caso contrario, gobernar se transforma en el arte de congraciarse con Clarín para que su poder de fuego no caiga sobre la gestión.
Los mecanismos están a la vista. Incluso para aquellos que subestiman la capacidad de influencia social que tienen las campañas orquestadas por una batuta con décadas de experiencia en la ejecución de estas operaciones mediáticas. Son ellos mismos los que, con caras de inocentes mártires de la libertad de expresión, se erigen en los fiscales del periodismo cada vez que alguien osa cuestionarlos por su arbitrario modo de imponer sus diatribas a repetición.
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