por VERÓNICA ZAPATA (*)
El año nuevo Andino, Amazónico y del Chaco es el nombre con que se conoce una celebración indígena que también es llamado como Willka kuti, Machaq Mara o Año Nuevo Aymara. Adquiere este nombre actualmente para incluir a todos los pueblos originarios de los valles, las amazonias y del chaco. Durante los últimos años, esta celebración se ha masificado y se ha tergiversando su verdadero sentido. Se la presenta como una “tradición milenaria”, que en realidad surge a finales de la década del 70 y principios del 80 a través del “Movimiento Universitario Julián Apaza” (MUJA) que integraban jóvenes indígenas en La Paz, Bolivia, acompañado del surgimiento del pensamiento indianista y katarista que estos pregonaban (ideología propia del indígena), en un contexto de extremo racismo.
Por otra parte, es de destacar, que esta celebración había sido recuperada por antropólogos no indígenas en la primera mitad del siglo XX en Cuzco-Perú, donde esta celebración también tiene un importante valor como en Bolivia y congrega al turismo todos los años.
El “Movimiento Universitario Julián Apaza” (MUJA) surge en la década del 60 y rescata la figura del líder indígena Tupak Katari y de la Whipala introduciéndola en el ámbito político sindical. Recién en la década del 70 con su segunda generación protagonizada por los jóvenes indígenas como Germán Choquehuanca Condori y Moisés Gutiérrez Rojas, en plena dictadura de Banzer, impulsan la celebración de un Año Nuevo Aymara. Ambos líderes se conocen en la carrera de filosofía de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y refundan el MUJA junto a otros estudiantes indígenas. De tal manera, se introducen en la vida política estudiantil universitaria articulando las actividades políticas con las artísticas. Es en el seno de los debates que plantean la necesidad de tener un nuevo año propio al igual que otros pueblos como el chino y el judío.
El contexto político social en surge la idea de celebrar un año nuevo propio era de extremo racismo y surge como expresión de afirmación identitaria. Asumirse con una nacionalidad indígena como por ejemplo la aymara era motivo de vergüenza. Afirmarse en esa identidad incluía una lucha política no solo hacia el exterior, sino también hacia el interior por descolonizar las propias estructuras de pensamiento del mismo indígena que lo inferiorizaban y que habían sido interiorizadas a través del colonialismo y las diferentes instituciones de la sociedad.
El racismo se exteriorizaba no solo desde la derecha, sino también de los partidos de izquierda tradicionales que históricamente utilizaban a los indígenas como escalera al poder político en Bolivia. Se trataba de captar su voto indígena en un país de mayoría indígena donde ningún partido gana una elección sin este voto. La estrategia histórica era presentarse como como aliados, y una vez en el poder hacer a un lado al indígena y sus banderas políticas y/ o reducir su fuerza política a cargos políticos secundarios o directamente excluirlos. Otro dato a tener en cuenta para percibir el nivel de racismo de la época es que el indígena empieza a votar recién en 1952 y que la primera escuela indígena de América Latina, fue la “Escuela de Warizata” fundada en Bolivia y que dictó clases entre 1931 hasta 1940.
En este duro contexto político social, Germán Choquehuanca Condori con el objetivo de justificar un año nuevo propio elabora y publica en 1981 el primer calendario con el nombre “Marawata. Ensayo del Calendario Histórico Indio, 5°to Sol 489”. La referencia de “5° Sol” define los años a celebrar contando a partir del año 5.000 hasta la llegada de los españoles y desde allí ir agregando sucesivamente los siguientes años.
Según el escritor boliviano Carlos Macusaya referente del pensamiento indianista y katarista esta celebración tiene dos aspectos a destacar: “Primero el antecedente histórico pre-colombino al respecto, que tiene que ver con cómo en el incario organizó la vida social en función del calendario solar. Otro antecedente más contemporáneo, sería de reivindicación, de re-significación política de esta fiesta que la lleva a cabo la generación de jóvenes universitarios quechuas y aymaras que migraron del campo a la ciudad y que formaron el “Movimiento Universitario Julián Apaza”. Ellos son los que le dan un sentido político a esta celebración en un momento histórico-social en que se trataba de reafirmar la identidad indígena en un contexto de racismo. Se trataba de decirle a las personas del mismo origen indígena: “No hay porque avergonzarnos de nuestra cultura, nuestros idiomas, apellidos indígenas, color de piel, historia, origen y fiestas ancestrales, incluso a estas últimas podemos recuperarlas”. Este movimiento indígena va a enarbolar esta fiesta y la va re-significar a finales de la década del 70 y a principios del 80, en un contexto de surgimiento del pensamiento indianista y katarista. Si bien, esta fiesta en el incario era una fiesta de la élite o de cierto grupo, este movimiento de jóvenes lo va a reivindicar como una “fiesta del pueblo”, lo van a plantear como espacio de reafirmación identitaria donde los indígenas podrían decir: “Somos esto y no tenemos porqué sentir vergüenza”.
La primera celebración en Bolivia fue en Tiahuanaco, La Paz.
La primera celebración de un año nuevo propio en Bolivia se registra en el centro arqueológico de Tiahuanaco, La Paz, en 1982 por iniciativa de jóvenes indígenas del Movimiento Universitario Julián Apaza (MUJA), luego de reiterados intentos fallidos. Para tal fin, al no localizar un amauta no católico, se convoca la presencia del yatiri Rufino Paxi que profesaba el catolicismo. Germán Choquehuanca Condori viaja en 1979 a Tiahuanaco para concretar esta festividad, pero obtuvo el rechazo de los pobladores debido al fuerte colonialismo de la época en que los propios indígenas no valorizaban su ritualidad y espiritualidad.
Esta iniciativa de celebrar un año nuevo propio impulsada por jóvenes indígenas del MUJA es considerado como el nacimiento de lo que se conoce como Año Nuevo Aymara inspirado en el Inti Raymi (Fiesta del Sol) que se celebraba en el incanato, pero que adquiere otra re-significación y reinterpretación propia en este momento.
Las celebraciones más importantes en la región se llevan a cabo en Bolivia y en Perú, donde se congregan a los turistas. En Bolivia se realiza en Tiahuanaco, La Paz, Bolivia, que es la más antigua ciudad arqueológica pre-incaica. Desde allí, en el árido altiplano boliviano entre construcciones antiquísimas y un frío gélido que cala hasta los huesos, es cuando al amanecer los rayos de Tata inti (Padre Sol) inicia su acenso a través de la puerta del imponente Templo de Kalasasaya (Templo de las piedras paradas), en el que se verificaban con exactitud los cambios de estaciones y el año solar de 365 días. Lo que deja en manifiesto el avanzado conocimiento astronómico que poseía esta civilización Tiahuanacota.
En Bolivia se declaró el 21 de junio del 2019 como feriado nacional para permitir la participación de la población en los festejos año nuevo andino y el 2005 fue declarado patrimonio intangible, histórico y cultural del país.
Momento central de la celebración: llegada de los rayos de Tata Inti.
El año nuevo andino tiene lugar al amanecer con la llegada de los primeros rayos de Tata Inti (Padre Sol). Esta celebración coincide con el Solsticio de Invierno que es el momento exacto del año en que el Sol se encuentra a mayor distancia angular de la Tierra. Dependiendo la correspondencia con el calendario, el evento del Solsticio de Invierno tiene lugar en el Hemisferio Norte entre el 21 y 22 de diciembre todos los años, y en el Hemisferio Sur entre el 20 y 21 de Junio. El significado estacional del Solsticio de Invierno se manifiesta en el alargamiento de las noches y el acortamiento de las horas diurnas. Se trata de un calendario lunar-solar, ya que está regido por la fase de la Luna y el recorrido de la Tierra alrededor del Sol. A partir del 22 de Junio, se empiezan a contar los 13 meses del calendario andino “MaraWata” publicado en 1981, cada uno de 28 días, contándose 364 días del año nuevo. El 21 de junio es el día 365, que se dedica exclusivamente para esta festividad y da inicio al invierno en el sur del Planeta Tierra, siendo este día el que tiene la noche más larga y el día más corto.
Esta referencia astronómica implica un nuevo ciclo de producción agrícola para la siembra de cultivos y una oportunidad para agradecer a Tata Inti (Padre Dios) y a la Pachamama (Madre Tierra) por las cosechas del año saliente, así como para pedir por la prosperidad del comienzo de otra etapa de preparación de la siembra. Este nuevo ciclo agrícola es un momento vital para los indígenas que dependieron históricamente del cultivo de la tierra para subsistir.
Esta celebración se realiza en diferentes Wakas o lugares sagrados en los diversos países que integran el Hemisferio austral o Sur como Bolivia, Argentina, Ecuador, Perú, Chile, etc., donde se convocan en una celebración con música, danzas autóctonas, ofrendas, ceremonias, athapis (comida comunitaria), rituales, etc., que tienen el fin de agradecimiento y de tributar a la Pachamama (Madre Tierra) y a Tata Inti (Padre Sol). Las ofrendas se preparan con la tradicional y sagrada hoja de coca, sebos de llama y alcohol para la challa como símbolo de reverencia y agradecimiento por la producción.
El momento cumbre de la celebración consiste en recibir los primeros rayos solares de Tata Inti (Padre Sol) sobre la Tierra con las palmas de las manos de frente al Sol para sentir la energía de Tata Inti. Este momento espiritual implica renovación de energías, agradecimiento al Sol, hacer peticiones y poder tener un año de mucha prosperidad. De esta manera, iluminados por estos primeros rayos solares que emanan una renovada energía se da inicio a un nuevo ciclo, un nuevo año nuevo ha iniciado.
(*)Verónica Zapata, periodista y psicóloga boliviana