Por Marcelo COLUSSI (*)
No hay dudas que Estados Unidos es una gran potencia, en todo sentido. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial en 1945 pasó a ser la principal expresión del capitalismo, con un poder global. Su imperialismo se difundió por todo el planeta, y hoy mantiene su hegemonía con alrededor de 800 bases militares esparcidas por todo el globo.
Este país, que sin dudas tuvo un crecimiento fabuloso en un par de centurias desde los primeros cuáqueros que llegaban a esa “tierra de promisión” en el siglo XVII, robando territorios a México y explotando esclavos africanos pasó a ser la economía más grande del planeta, desbancando a Europa como “metrópoli”. Su arrogancia, que también creció sin par, lo hizo sentir portador de un supuesto “destino manifiesto”, nación encargada de llevar la “libertad” y la “democracia” hasta los últimos confines del planeta. Hipocresía descarada. ¿Qué hacen en cada región del mundo donde sientan sus reales? La clase dominante de esa potencia se sintió con la capacidad de operar en cualquier parte del mundo como si fuera su propia casa, robando, saqueando, masacrando, imponiendo su voluntad.
El modelo de vida que generó el capitalismo más desarrollado dio como resultado un sujeto y una ética insostenibles. El nuevo dios pasó a ser el consumo, la adoración de los oropeles, la veneración cuasi religiosa del “tener”. En su nombre se sacrificaron pueblos enteros –los originarios de América del Norte en principio, y de otras latitudes luego–, así como el planeta Tierra. Si toda la humanidad consumiera como lo hace la población estadounidense, en unos días se acabarían los recursos naturales del globo terráqueo. En Estados Unidos todo es consumir y botar a la basura, dejarse llevar por la novedad, buscar con voracidad el poseer cosas. “Lo que hace grande a este país es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, expresó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, una de las más grandes del mundo. Magistral pintura de cómo funciona el capitalismo en su punto máximo de desarrollo.
La realidad, de todos modos, no perdona, y está pasándole factura. Como cualquier imperio de la historia, Estados Unidos creció, llegó a su cenit y termina durmiéndose en los laureles. ¿Qué lo hará caer? Su deuda externa es técnicamente impagable, y población y gobierno viven siempre endeudados, consumiendo más y más en un ciclo interminable. Pero alguien paga ese desenfreno: la clase trabajadora estadounidense y nosotros, el resto del mundo. Su moneda, el dólar, ya no tiene respaldo real. Los circuitos financieros tomaron el control y su capitalismo va teniendo menos base real, porque no se asienta en una producción material. El resguardo son sus fuerzas armadas (con todas esas bases diseminadas por el mundo asegurando la “libertad” y la “democracia”), pero eso ahora comienza a ser puesto en entredicho. La Federación Rusa sacó pecho, y si bien su invasión a Ucrania es tan deplorable como cualquier intervención militar imperialista (de Estados Unidos o de Europa), lo que hoy está sucediendo puede abrir un mundo nuevo.
Seguramente el país americano no caerá por los misiles nucleares rusos o chinos. Eso es prácticamente inconcebible. La guerra entre titanes solo llevaría al final de todos, no habría ganadores dada la terrible letalidad de las armas de que hoy se dispone. Nadie quiere ese enfrentamiento, y los esfuerzos se encaminan decididamente a impedir un conflicto real entre tropas rusas y las de la OTAN. Serán otros los elementos que obran para su declive. Ese hiperconsumo desmedido, los problemas sociales acumulados que estallan como el racismo de supremacismo blanco contra la población no-blanca, polarización económica extrema como cualquier país tercermundista (ricos exageradamente ricos y asalariados en lenta caída), guerra civil, consumo infernal de estupefacientes: todo eso es el caldo de cultivo para lo que estamos viendo, el final del dominio occidental del mundo. Su cacareada “democracia” es un vil engaño, un maquillaje que oculta una realidad de explotación inmisericorde.
En los años 60 del pasado siglo apareció la Operación CHAOS, mecanismo encubierto de la CIA para neutralizar toda protesta juvenil (en aquel entonces, el movimiento hippie, que rehusaba el consumismo capitalista). De esa cuenta, la explosión masiva de consumo de drogas pasó a ser un hecho siempre creciente. “Es conveniente para las mismas estructuras de poder y riqueza que los jóvenes vivan presa de las adicciones y permanentemente drogados a que se despojen de su social-conformismo y muestren su inconformidad ciudadana por los cauces de la praxis política y la organización comunitaria.” (Isaac Enríquez Pérez). La cuestión es que ese consumo imparable evidencia un malestar de fondo. Shannon Monnat (Universidad de Siracusa, Nueva York) comentó que “el aumento de los trastornos por consumo de drogas en los últimos 20 a 30 años es un síntoma de problemas sociales y económicos mucho mayores (…) Las soluciones para combatir nuestra crisis de sobredosis de drogas solo serán efectivas si abordan los determinantes sociales y económicos a largo plazo que están en la base”. El imperio comienza a resquebrajarse. El capitalismo tarde o temprano tiene que caer. El socialismo, que no fracasó, sigue siendo una esperanza
(*)Psicoanalista y Filósofo argentino radicado en Guatemala
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